jueves, 27 de agosto de 2009

Ella... y yo siento, de Rodrigo Baires

Rodrigo, 25 de septiembre de 2007.
Ella camina a paso lento, tambaleándose por la calle, y con un ramillete de flores moradas en cada mano.
La veo de lejos… y siento lástima.
Afuera hace un viento suave y llueve “cernidito”. Son miles de gotas finas que se siente como pequeños piquetes sobre la piel. Es de esas lluvias que apenas se siente, que deja gotas intactas sobre el cabello y la piel… y se cuela en la ropa hasta empaparla.
No sé de dónde viene...
Y ella camina bajo esa llovizna, sorteando el tráfico de la 17.ª Avenida Norte en Santa Tecla. Se tambalea lentamente de derecha a izquierda, de izquierda a derecha… como las piernas dijera que ya no quiere dar un paso más. Y sigue lloviendo… Y ella, sigue caminado, asiendo con fuerza los dos ramilletes de flores moradas entre sus manos; con la decisión y el cansancio marcando las arrugas de su rostro; y, cientos de gotas perfectas en su cabello lleno de canas y recogido en una cola de macho.
Ahí, acercándose lentamente recuerdo a mi bisabuela… Aquella doña Chabelita que nadie sabe como salió del funeral de mi tío, allá en los años 80, bajo las fotografías de la “inteligencia” del Estado y terminó en Chalatenango regentando las casas de la familia y con un negocio propio. Esa señora que hacía palomitas de maíz o mango curtido, lo embolsaba y sellaba al rojo de la candela, y los llevaba a vender a la escuela Miguel Pinto… la que se cansó de sentirse inútil en Heredia, Costa Rica… y que regresó a El Salvador para seguir chinchineando a la Pati y recordarnos todas las mañanas que Nelsito pasaba frente a su ventana a saludarla todas las noches.
La veo acercarse… y siento empatía.
Podría ser ella… el mismo cuerpo delgado, el mismo pelo gris, la misma piel cobriza que parece brillar, el mismo rostro curtido a pura arruga, la misma mirada cansada con los párpados gachos, la misma respiración entrecortada y forzada… Pero Mamita Chabe murió en aquel diciembre de 1990 en su cama, en su casa… no es ella, claro que no… pero a la vez es la misma.
Y al final de cuentas podría ser la Mamita Chabe de alguien más… y ella sigue caminado a paso sereno bajo la lluvia. El rostro cubierto de arrugas… Surcos profundos que en otros tiempos y en otros lugares le habrían valido el descanso... Pero no, en este país ella camina bajo la lluvia con dos ramos de flores moradas en vueltos en papel periódico entres sus manos. Son flores feas, con algunos pétalos ya marchitos y uno que otro tallo quebrado… quizás son de un patio mal cuidado o de una mata pegada a un cerco en la calle al Boquerón.
Pero se acerca a los comensales de las diferentes pupuserías y comedores que inundan la avenida. “¿No quiere comprar flores?... a 1.25 de dólar cada uno… pero si me da un dólar se lo dejo”, dice sin casi mover los labios delgados y con los ramilletes al frente. Los más atentos la despiden con un “no, gracias”… esos son los menos; otros, los más, miran con indiferencia, mueven su cabeza de un lado al otro y siguen echando curtido al plato.
La veo frente a mí… y siento vergüenza.
Llega a la mesa… “¿No quiere comprar flores?”, pregunta. Yo calló. En la cartera no tengo nada… Minutos atrás tenía cuatro dólares, justo para pagar las pupusas... dos de ayote, dos de queso y chicharrón, tres revueltas bien tostaditas y dos chocolates… “Cuatro dólares exactos”, había dicho la señora en la caja y yo sonreía con aquella satisfacción de que los dólares te alcanzaron para terminar la semana… Y llega ella, con sus flores moradas, su voz suave, sus ojos clavados en los míos… “No, gracias madre”, digo con la voz entrecortada… “Bueno”, responde… y se marcha.
La veo alejarse… y siento dolor.
A esas alturas te dan ganas de sacar todo lo que tenés y dárselo sin preguntar, sin comprar ni un pétalo marchito… sin recibir nada a cambio. Y ella sigue su camino justo cuando la lluvia arrecia y las gotas se vuelven más gruesas… Y ves a tu alrededor… y ves a tu familia, a tu novia, a tus amigos, a tu trabajo, a tu carrito, al intento de sacar un título universitario y todas las tardes y las noches que te sentaste alrededor de una taza de café, un ron o una cerveza a inventar fórmulas de cambiar esta realidad… ves tu vida, es que creías que no era perfecta pero que iba más o menos encaminada a algo… y luego aparece ella, con sus flores moradas y su paso cansado… con el tiempo marcando las arrugas alrededor de sus ojos y pintando su pelo…
Y me quedas sentado y siento que algo se ha quebrado aquí en medio del pecho y que la cabeza te va explotar…
La pierdo de vista y siento cólera, ira, odio…
Y luego durante días regreso a esa mirada, recorro sus arrugas, la tomo del brazo y la acompaño… y se me salen las lágrimas por varios minutos y luego siento una paz que inunda. Eso, una paz que es difícil de explicar… y una decisión de que aquí algo tiene que cambiar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario